La Estrategia de Cambio Climático de CLM: política de paños calientes

Al no cuantificar los impactos esperados ni fijar metas y presupuestos, la Estrategia se convierte en una mera declaración de buenas intenciones

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El pensamiento ilusorio (“whishful thinking” en inglés) es una actitud ante la vida por la que, en vez de atenernos a los hechos tal cual son, deformamos la realidad para que se amolde a nuestros intereses. A cómo nos gustaría que fuese esa realidad. Por ejemplo, cuando nos auto-engañamos pensando que hacemos algo útil y en el fondo no estar haciendo nada. O, más frecuentemente, cuando depositamos una fe ciega en que los problemas se arreglarán solos, en que “la tecnología ya lo solucionará” cuando nos referimos al riesgo de colapso social y económico por haber sobrepasado los límites del planeta.

En línea con este pensamiento ilusorio suele encontrarse el discurso político de lucha contra el cambio climático: se suceden las grandes reuniones internacionales de alto nivel, se anuncian acuerdos históricos a bombo y platillo, pero la triste realidad en los más de 25 años desde la Cumbre de Río –y a pesar de un puñado de pequeños logros- la salud del planeta no hace sino agravarse. Y algunos aún se atreven a decir que vamos por el buen camino.

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Nuestra huella ecológica prácticamente duplica la biocapacidad del planeta. Fuente: FootprintNetwork.org

Lo mismo sucede a escala más local, y concretamente –para lo que nos interesa- en un documento presentado por la Junta de Comunidades para exposición pública, denominado Estrategia de Cambio Climático de Castilla-La Mancha. Horizontes 2020 y 2030, que recoge un compendio de medidas para tratar de mitigar y adaptarse al calentamiento global en nuestra región.

La citada Estrategia ha estado expuesta al público desde el 10 de abril hasta el 10 de julio, y ya de forma extemporánea presentamos una única alegación –relativa al agua- para hacer notar la insuficiencia del análisis. Y es que, al no haber aportado cifras de ningún tipo sobre el impacto del cambio climático sobre los recursos hídricos –ni ponerlo en relación con la sobreexplotación ya existente-, no se propusieron las medidas de adaptación más necesarias –aunque también más impopulares- como la reducción de la superficie irrigada.

En efecto, podemos comprobar en un estudio del Centro de Estudios Hidrográficos del CEDEX, publicado en diciembre de 2010 bajo el título Evaluación del impacto del cambio climático en los recursos hídricos en régimen natural, que las perspectivas para Castilla-La Mancha son más bien sombrías –con reducciones del caudal y recarga de acuíferos de entre el 30% y 40% para final de siglo-.

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Escorrentía superficial según modelos, escenarios y horizontes temporales.
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Recarga de acuíferos según modelos, escenarios y horizontes temporales

Si esta reducción se combina con la sobreexplotación ya existente –tanto en el Segura como en el Guadiana y el Júcar-, que de acuerdo con la Directiva Marco del Agua debe haberse solucionado para el año 2027 (dos ciclos de planificación, y coincidiendo claramente con el horizonte temporal de la Estrategia de Cambio Climático) obtenemos cifras alarmantes, y muy superiores a las que se pueden abordar con políticas de paños calientes, como el fomento del riego localizado y la agricultura de precisión.

Cabe recordar aquí, una vez más, que estas técnicas suelen ofrecer muy buenos ahorros a nivel de parcela, pero su utilidad es cuestionable cuando se agrega a nivel de cuenca. ¿Por qué? Pues por la sencilla razón de que estos “ahorros” que el agricultor puede ver en su contador son por el agua excesiva que, al regar por inundación, vuelve a infiltrarse en el acuífero –los denominados “retornos de riego”-. Y aunque puede ahorrar alguna cantidad también de la evaporación directa del suelo, este ahorro suele verse más que superado por los aumentos de la transpiración de las plantas al recibir el agua de forma más regular y directa en la raíz, o incluso por aumentos de superficie o intensificación de los cultivos.

El ejemplo de la gestión del agua nos demuestra la escasa seriedad con la que la Junta de Comunidades ha abordado la elaboración de la Estrategia de Cambio Climático. Y es que sin aportar cifras concretas del cambio climático en distintos escenarios, sin ponerlas en relación con problemas ya existentes en la actualidad, y sin cuantificar los resultados esperados de las medidas propuestas, la Estrategia se convierte en un mero compendio de ocurrencias y una declaración de buenas intenciones de cara a la galería. Para quedar bien ante la opinión pública, calmar las conciencias de la población, y nada más.

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